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jueves, 17 de mayo de 2018

Avances en lo que va del año

2017 terminó con una semana de ser madre de tiempo completo, deliciosamente, en las primeras vacaciones de mi hijo trabajando para Outplay, en Dundee, Escocia. Siguieron las visitas a esta ciudad, con el privilegio de alojarlos en mi casa, de la Dra. Milagros Huamán Castro, de la USMP, (ella me acaba de recordar hoy, en la celebración de aniversario de la universidad, que soy parte de su planta docente), y de mis primos que viven en California y con quienes no había compartido en décadas. Luego vino Celeste, ex alumna de la Ibero Tijuana, a Aguascalientes, a un torneo de artes marciales, y aprovechamos para pasear. Siguió la visita de Janeth, ex alumna también de la Ibero TJ y con quien me une una amistad especial; con su familia, vino a entregarme la invitación para su boda, en agosto, en los viñedos cercanos a Ensenada.

Yo fui a Tepic, a celebrar mi cumpleaños, y me reuní con excompañeras de la secundaria, a quienes no había visto en 53 años; hubo momento en los que reí, internamente, a carcajadas. Y fui a San Blas, donde la señal del camino compartido apareció nuevamente, esta vez en una estrella roja, semejante en forma, tamaño y material, a la que encontré hace un año en el mismo lugar. Solamente una, solamente en mi camino. Solamente para mí.

A partir de ahí, surgió trabajo de otro estilo: un taller de poesía, personalizado, con Jair Cortés como maestro. El proceso y sus resultados los di a conocer en mi blog de WordPress. La segunda parte, a petición mía, espera a que me desocupe de otros compromisos. Mientras, hice seis vestidos (el de prueba y el de mi proyecto especial, descritos en las publicaciones del taller, dos para mi hermana Nidia y uno para mi madre); también aprendí a hacer chololos (pan tradicional de mis familiares panaderos) y, por primera vez, decidí hacer croissants de mantequilla. Necesitaba reconectarme, concentrarme, sacarme los rastros de depresión que comenzaban a aparecer, y el trabajo manual es la mejor terapia, para mí.

Y comenzó la parte más académica:

  • en abril, la Dra. Deepti Sawhney me hizo llegar el folleto de abril del Mahattattva Educational Advisory Pvt. Ltd. en el cual se consigna que soy miembro de su Advisory Board, 
  • recibí la petición de escribir dos capítulos para un libro sobre innovación educativa, de los cuales ya terminé uno y estoy a la mitad del otro ... si no fuera porque tengo que terminar de ponerlos en formato APA, que detesto;
  • al mismo tiempo, desempeño mi función de árbitro para Entreciencias, revisando un par de artículos;
  • a petición de Moumita Dey, traduje al inglés y resumí en 400 palabras, para ser publicado en Placement Prokiya, el texto que hace tres años publicó Es lo Cotidiano y que sigue siendo actual aunque la situación parece haberse agravado, a juzgar por lo que estoy revisando.
Ayer tuve una muy agradable sorpresa: mi profesor de Álgebra I (Teoría de ecuaciones), en el primer semestre de la carrera en la Escuela Superior de Física y Matemáticas del I.P.N., apareció en una publicación de uno de mis amigos, en Facebook. Un cincuentenario que recuerdo con mucho aprecio, porque ese curso definió mi permanencia en esa Escuela (estaba de paso, porque en realidad iba a estudiar Arquitectura) y el tema central de mis estudios ahí: el álgebra moderna. Al mismo tiempo, el recordatorio de nuestra participación en el Movimiento del 68. Un maestro cool, nada convencional, que transmitía contagiosamente su amor por el saber matemático. Y por eso estoy muy agradecida con Ángel Verdugo. Después del 2 de octubre (llegamos juntos a Tlatelolco) no volví a saber de él, excepto por una conversación dentro de mi Taller de Comunicación en la Ibero Tijuana, en 2011, pero entonces asumí que se trataba de un homónimo.

Hace una semana fui a Amatlán de Cañas, Nayarit, para festejar a mi madre en casa de mi hermano. El martes iré a Tepic, para celebrar mis cincuentenarios felices, en la Alameda de mi pueblo.

Si no lo pongo por escrito, no me doy mucha cuenta de si he aprovechado el tiempo o no.