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martes, 18 de junio de 2019

Nota escrita para Tachas, sobre los taches o tachas.



Tachas es un semanario del periódico en línea Es lo cotidiano, en el que solía escribir algunos artículos sobre opinión en el rubro de educación, particularmente.

El tema de las Tachas fue proporcionado por el editor, Leopoldo Navarro, en abril de 2016. Va:

Tachas para Tachas

Tachas llega a su número 151, lo que implica un trabajo constante de casi tres años.
En el número 1, publicado el 9 de junio de 2013, Alejandro García nos explicaba ¿Por qué Tachas? , y reproducía un párrafo del cuento de Efrén Hernández.   Yo, que no tengo mucha capacidad de almacenamiento en mi memoria, comencé a divagar e indagar sobre las acepciones de la palabra hasta que me topé con este extraordinario cuento y regresé a leer el inicio de este Semanario.
Sin embargo Efrén Hernández  no registra todos los usos de la palabra tachas, particularmente  porque su acepción más conocida en estos tiempos, como sinónimo de la droga sintética llamada éxtasis, no estaba en uso hacia mediados del siglo pasado. Sí hace referencia al acto de poner una línea sobre una palabra, renglón o número mal escrito, pero no menciona el  horror que provoca en los alumnos el recibir la tarea o el examen entregado, con los tachones o tachas que los maestros acostumbran marcar para señalar los errores.

Stella Baruk en su libro Echec et maths discute, entre otras cosas, la agresividad con que los docentes, especialmente en el área de matemáticas, tienden/tendemos a mostrar el desagrado que se experimenta ante un trabajo mal hecho utilizando, además, un color rojo que impacta. Explicita la manera en que este tipo de agresiones causa en los estudiantes un trauma que los previene de intentar resolver ejercicios y problemas, por el miedo a equivocarse.  En este libro de 1973 cuestiona, además, la pertinencia y valor de las notas escolares.

Al respecto, recuerdo una anécdota con una alumna en un curso introductorio de matemáticas, en una universidad privada local, hace un par de años. Para mi horror, dijo que “en la escuela nos enseñan a no equivocarnos”, y que los errores se pagan caros. Desde las tachas rojas en los trabajos, hasta su materialización en términos de hacer sentar en las filas al fondo del salón a los alumnos que más se equivocan y obtienen las notas más bajas, a los reglazos u otro tipo de agresiones físicas  –y siempre recuerdo al escuincle en Cinema Paradiso, que no puede calcular en el pizarrón el resultado de una multiplicación.
La didáctica, en el sentido de la escuela de Brousseau y los trabajos de Jacques Nimier sobre la docimología o la ciencia de calificar los exámenes, han ayudado a entender el rol de los errores en el aprendizaje y la falta de objetividad de las calificaciones en cualquier examen o tarea, respectivamente, aun cuando se trate de ciencias como matemáticas. Y sin embargo, esta misma semana tuvimos la desagradable evidencia de que las prácticas tradicionales de humillar al estudiante están vigentes, aunque en este caso el mal llamado docente simplemente imprime frases irrespetuosas, sin siquiera marcar el lugar en que se encuentra el error en el trabajo del alumno.
Se asume, entonces, que todo lo que el estudiante ha escrito es erróneo, pero lo que se afirma en realidad es que es el estudiante el que está mal. Las tachas se imprimen sobre la persona, desde su infancia, y la descalifican de por vida, a menos que tenga una muy buena resiliencia y/o que la autoestima esté sólidamente construida.
El resultado de estas prácticas es palpable en cada uno de los que declaran que no son buenos para matemáticas, deportes, dibujo, o cualquier otra cosa que los “maestros” hayan decidido, ya sea porque el estudiante no realiza los cálculos o no resuelve ejercicios como el profe lo hace, o porque su dibujo o ejecución no se ajusta a la expectativa siempre corta y torpe del docente. La capacidad de innovar, de crear y de definirse, es negada a través de este tipo de ejercicio.
En otro nivel se encuentran, por supuesto, las tachas que hacemos sobre lo que nosotros mismos producimos, cuando releemos o examinamos nuestra obra unas horas o días después de haber puesto el punto final. Sabemos que podemos cometer errores, y creo que es un signo de salud mental el recurrir al amigo o al editor profesional (mejor si reunidos en una misma persona), quien es capaz de leer y analizar lo que sometemos a su juicio, y el aceptar los cambios y adecuaciones que le parecen pertinentes y que, incluso, pueden ser discutidos.
Y en una categoría de hechos imperdonables se encuentra algún tache que hicimos a un poema que alguien escribió para nosotros con amor. Mea culpa..